Cuando la serpiente se acercó reptando a Eva en el jardín, aquello con lo que la tentó no estaba fuera de su diseño. Plenitud. Belleza. Ilustración. Todas estas son cosas que Dios creó para que ella las deseara. De hecho, Adán y Eva habían sido creados con una capacidad interminable para la plenitud, la belleza y la ilustración, con la condición de que estuvieran orientados hacia la dirección correcta. El conocimiento que ella podía tener de estas cosas, recibido de una forma estrictamente prohibida, era el problema; pero la capacidad de adquirirlas era parte de su diseño.
La mayor parte del tiempo pensamos acerca del pecado como ella lo hizo: son cosas que se hacen o no se hacen. Y luego la gracia es lo que te libra de culpa cuando te equivocas. Sin embargo, el pecado es más grande que eso. Y la gracia también.
En efecto, el pecado tiene que ver más con cómo estamos hechos. Las acciones pecaminosas son simplemente la expresión externa de nuestra naturaleza pecaminosa. Esta es la razón por la que Jesús, en el famoso Sermón del Monte, comenzó a reconfigurar el lugar del pecado desde la conducta externa hasta el carácter interno. Él no dijo que cometer adulterio físico no fuera grave; más bien, aseguró que cualquiera de nosotros puede ser tan culpable de pecado sexual como los adúlteros que lo cometen físicamente, porque el trastorno pecaminoso comienza en nuestro ser interior. Lo mismo aplica para la correlación que hace entre el asesinato y la ira.
El pecado no se trata únicamente de un mal funcionamiento; se trata en esencia de una falla interna.
Desde ese punto de vista, la gracia no es simplemente perdonar una conducta pecaminosa; también tiene que ver con reparar la falla interna de los pecadores mismos. La gracia de la cual habla la Biblia es poder no solo para justificar, sino también para transformar.
Sin embargo, para tener una mejor visión de lo grande que es la gracia de Dios, tenemos que ver la mentira que nos hizo extraviarnos. Aunque la afirmación «Dios quiere que sea feliz» parece bastante simple y directa, es una mentira convincente por una razón bastante compleja. Contiene todos los anhelos del corazón humano. Así que nos estamos enfrentando al mundo aquí. Primero, tenemos que ser cautos para entender por qué esta aseveración no es cierta y, segundo, ser cautos con la verdad que usamos para contrarrestarla. En la imaginación del cristiano, existen dos mentiras relacionadas con Dios y la felicidad que operan como una clase de yin y yang. Las abordaremos una por una.
LA PRIMERA CARA DE LA MENTIRA: DIOS SOLO QUIERE QUE SEAS FELIZ
En el libro de Eclesiastés, el rey Salomón es un anciano que mira su juven- tud y todo el tiempo que desperdició tratando de satisfacer sus deseos, los cua- les eran demasiado grandes para contenerlos. Él tenía todo lo que cualquier persona podría querer. Imaginó que tener todo el sexo que deseara resolvería el dolor de su corazón. No funcionó. Imaginó que bastaría con tener toda la be- lleza natural que sus ojos pudieran percibir. No funcionó. Imaginó que todo el dinero, todas las mansiones, toda la majestuosidad del poder y la sabiduría po- drían calmar finalmente la tormenta dentro de su alma. No funcionó.
¿Por qué? Porque en su corazón había un vacío eterno (Eclesiastés 3.11) y ninguna de esas cosas era eterna.
A propósito, es por eso que salirse de la dieta un día o salir una noche a beber con los amigos no alivia realmente el estrés acumulado durante la se- mana laboral. Por eso la pornografía que consumiste anoche solo te dejó aver- gonzado, insatisfecho. Y por eso incluso el cónyuge perfectamente idóneo que deseas o tienes no te ha hecho sentir completamente cómodo con el problema que enfrentas.
Todavía pienso: si tuviera_________, al fin sería feliz. Lo que llena el espacio en blanco varía dependiendo de la etapa de la vida en la que me encuentre o incluso de las circuns- tancias del día, pero repito el mismo error una y otra vez. Creo que algo temporal resolverá algo eterno.
Tal vez este sea el acierto más grande de Satanás. Si puede hacernos des- cender la mirada al nivel del suelo cuando buscamos plenitud, belleza e ilustración, ya tiene la mayor parte del camino trazado para hacernos desobedecer. Esta es la mejor táctica que tiene, porque se trata de la inclinación que ya reside dentro de nosotros. Debido a la naturaleza pecaminosa con la que todos nace- mos, nuestros ojos naturalmente se desvían hacia nosotros mismos y las cosas que nos rodean. De hecho, se requiere de la ayuda sobrenatural para levantar la mirada y contemplar la plenitud, la belleza y la ilustración máximas de la gloria de Cristo. Extrañamente, mirar hacia Dios va contra nuestro ser, por lo que todo lo que el diablo debe hacer es acariciarnos. Nos gusta una buena caricia.
Dios nos creó. Nos creó con la capacidad de ser felices. Nos hizo con intereses únicos, temperamentos específicos y deseos intensos. ¿Qué clase de Dios querría que reprimiéramos esas cosas? ¿Por qué nos haría semejante broma?
Dios es bueno, ¿no es cierto? Entonces, ¿por qué un Dios bueno querría que fuéramos infelices, no siendo fieles a nosotros mismos?
Si recuerdas bien, esta es la táctica que aplicó Satanás con Eva en el jardín. En variadas palabras, esto fue lo que dijo: «Mira, ¿por qué Dios te haría con la capacidad de convertirte en un ser capaz de reflejar la imagen divina para luego quitártela? ¿Por qué no ser como él?». De cierta forma, Eva ni siquiera sabía lo que le faltaba hasta que la serpiente le contó acerca de lo que se estaba perdiendo.
«Puedes hacerlo», insinuó. «Entonces, ¿por qué no lo harías?».
Resulta fácil insertar la creencia en esta mentira únicamente en el mundo del placer hedonista. La mayoría de nosotros puede mirar al adicto al sexo, el avaro codicioso, el abusador hambriento de poder o el tragón obsesivo de placer e identificar fácilmente la falsa felicidad, incluso cuando ellos mismos parecen tan ciegos ante sus propias perversiones. No obstante, es la melancolía común la que nos afecta a la mayoría de nosotros. Tú y yo no somos pervertidos en busca del placer. ¿Cierto? Bueno, tal vez no. Sin embargo, avanzamos por el carril paralelo cada vez que suponemos que si no somos felices, nos están robando. Porque, tal como esos repulsivos pervertidos del mundo, tenemos la inclinación a conseguir nuestra propia felicidad como meta máxima de la vida.
La cruda verdad es que Dios no quiere que seamos felices nada más.
LA PRIMERA PRIORIDAD DE DIOS PARA TU VIDA
¿Cuál es, entonces, la prioridad principal de Dios para nosotros? Quiero decir, ¿qué rayos es lo que está haciendo Dios con nosotros? ¿Te has pregun- tado eso alguna vez?
La respuesta está en todas las Escrituras. Una pequeña muestra:
•«Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia». (Génesis 15.6)
•«Ustedes serán mi pueblo santo». (Éxodo 22.31, NVI )
•«Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo». (Levítico 11.44)
•«Para que os acordéis, y hagáis todos mis mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios». (Números 15.40)
•«Seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo». (Salmos 65.4)
•«En el camino de la justicia está la vida; y en sus caminos no hay muerte». (Proverbios 12.28)
•«Y santificaré mi grande nombre [. . .] y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos». (Ezequiel 36.23)
•«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». (Mateo 5.6)
•«Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas». (Mateo 6.33)
•«Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia». (Romanos 5.17)
•«[Dios] nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él». (Efesios 1.4)
•«Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia». (2 Timoteo 2.22)
•«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor». (Hebreos 12.14)
•«Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir». (1 Pedro 1.15-16)
•«El que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía». (Apocalipsis 22.11)
Hay muchos más ejemplos. Sin embargo, la conclusión es esta: la trama de las Escrituras es que Dios ha priorizado su propia gloria —una y otra vez, vemos que todo lo que dice y hace es para dar a conocer su gloria, por su nombre— y esto significa que la máxima preocupación de él con respecto a nosotros es que seamos santos. Ahora bien, la santidad no excluye la felicidad. La una no va en contra de la otra, como si la santidad requiriera ser infeliz.
Dios está mucho más preocupado de que seamos santos que de que seamos felices.
Esto es importante para la persona que cree en el Dios de la Biblia, porque significa que si bien la felicidad va y viene según las circunstancias de la vida o la disposición de nuestro temperamento, la santidad siempre está a la mano. Podemos ser santos incluso cuando no estamos felices y viceversa.
Ser santo es «ser apartado» para buscar una sumisión a Dios que refleje su existencia y su carácter, y que —esto es importante— refleje más el carácter de quienes fuimos creados para ser, aquellos que fuimos antes de creer la mentira satánica que nos hizo impíos.
Esto es lo que hace tan peligrosa a la verdad a medias de que «Dios solo quiere que seas feliz». El diablo estaría perfectamente satisfecho si nosotros estuviéramos perfectamente satisfechos lejos de la santidad de Dios. Él hará lo que sea necesario para lograr que nos interesemos finalmente en nuestra propia felicidad. A él no le importa cómo nos sentimos siempre y cuando seamos poco rectos. Al diablo le encantaría que fueras perfectamente feliz siempre y cuando no seas santo. Él sabe que los impíos felices le roban la gloria a Dios y se van felices al infierno.
LA OTRA CARA DE LA MENTIRA: A DIOS NO LE INTERESA QUE SEAS FELIZ
Existen dos mentiras relacionadas con Dios y la felicidad, las cuales operan como una clase de yin y yang en la imaginación de los cristianos. La primera es que «Dios solo quiere que seamos felices». El problema con esa mentira está en la palabra solo. La prioridad de Dios no es nuestra felicidad, sino nuestra santidad. No obstante, Dios no se muestra desinteresado en lo que respecta a nuestra felicidad. Por lo que la otra parte de la mentira es el extremo opuesto: «A Dios no le interesa que seas feliz».
Caminar con Dios es algo feliz. Una felicidad distinta, por supuesto. Pero algo feliz, al fin y al cabo. No es una felicidad despreocupada. No es felicidad por determinados momentos o regalos. Sino una felicidad en el Soberano, en el Dador.
La verdad bíblica de que la santidad y la felicidad no se oponen la una a la otra, sino que a menudo van de la mano. En efecto, Dios no se opone a nuestra felicidad; solo desea que encontremos nuestra máxima felicidad en él.
Nuestra prioridad no debe ser un sentimiento en particular, sino una comunión particular, una comunión cercana con el que es la fuente inagotable de una felicidad duradera y profunda, ese tipo de felicidad que no proviene de ninguna circunstancia terrenal ni placer temporal.
Dios no quiere que solo seamos felices ni tampoco se muestra desinteresado por nuestra felicidad. Discernir la verdad bíblica entre estos extremos es una jugada clave contra las artimañas del diablo. Y esto también involucra discernir la diferencia entre cómo pensamos comúnmente acerca de la felicidad y cómo habla de la felicidad la Biblia.
LA DIFERENCIA ENTRE LA FELICIDAD Y EL GOZO
Pensamos en la felicidad como una emoción satisfactoria que se puede obtener de las personas, las cosas y las experiencias. Cuando me aumentan el salario, me siento más feliz que cuando no lo hacen. Cuando mis hijos sacan buenas calificaciones, me siento más feliz que cuando no. Cuando mi esposa me da un beso al llegar del trabajo, me siento más feliz que cuando no me lo da. Cuando ocurren cosas tristes, me siento triste. Cuando ocurren cosas felices, me siento feliz. A esto se le llama ser un ser humano normal, bajo cuya condición respondo según las circunstancias positivas o negativas de la vida. Esto es lo que la gente quiere decir hoy cuando habla de la felicidad.
La Biblia deja mucho espacio para esta normalidad humana. Fíjate en Eclesiastés, por ejemplo, donde se anima a las personas a disfrutar de los buenos dones de la tierra que Dios nos concede a todos nosotros (Eclesiastés 3.13). Sin embargo, este no es el tipo de felicidad que la Biblia nos promete conseguir a través de la fe en Jesús. No, en realidad, seguir a Cristo implica en esencia asumir la obra de la crucifixión espiritual todos los días (Lucas 9.23), a menudo atravesando lugares muy infelices. En ninguna parte se nos anima a tener un complejo de mártir ni a actuar felices cuando pasamos por circunstancias tristes. Más bien, se nos ordena regocijarnos en todas las circunstancias (Filipenses 4.4; 1 Tesalonicenses 5.16). Por lo tanto, el gozo debe ser algo distinto a la felicidad (del tipo circunstancial).
¿QUÉ ES EL GOZO?
El gozo es la música que suena cuando nuestro corazón está en sintonía con la frecuencia de la gloria de Dios y nuestra conexión a ella. El gozo es el contentamiento reverencial intencionado que el corazón experimenta en nuestra justificación con Dios. El gozo es la convicción de que, sin importar lo triste de nuestras circunstancias o la debilidad de nuestro cuerpo, estamos seguros en el soberano Dios que nos ama.
¿Ves que el gozo va mucho más profundo que la mera felicidad? La felicidad depende de nuestras circunstancias. El gozo depende de nuestro Salvador. Por eso, aunque se nos promete a los creyentes atravesar momentos tristes (Juan 16.33), también se nos promete el don del gozo (Juan 15.11; Gálatas 5.22).
LA FELICIDAD QUE JESÚS PROMETE
El diablo promete felicidad también. «Come de este fruto», nos insta en un millón de formas diferentes, todos los días. Ofrece la promesa de plenitud, belleza e ilustración. Todas las cosas que son más profundas que los placeres efímeros. No obstante, su promesa es igual de efímera. Él quiere que encontremos en las dádivas lo que solo se puede encontrar en el Dador.
Satanás y sus subordinados no pueden crear nada bueno. Y muchas veces, aquello con lo que nos tientan no es algo verdaderamente prohibido, sino algo bueno que podría conseguirse de una manera prohibida.
Existe una cosmovisión que podríamos llamar materialismo, de la cual incluso los seguidores de Jesús parecían no poder mantenerse alejados y en la cual sigue sumergido todo el mundo no creyente. Y luego tenemos la cosmovisión del cristianismo. Muchísimos de los problemas de los discípulos surgieron por confundir la cosmovisión del cristianismo con la del materialismo. Y muchos de nuestros problemas surgen también por confundir estas dos perspectivas del mundo. Esta es una de las razones por las que resulta tan atractivo sacar de contexto versículos como Juan 16.23-24, aunque no lo hagamos intencionalmente.
La cosmovisión del materialismo sigue esta línea de pensamiento:
1. La necesidad más imperiosa de la raza humana es satisfacer sus deseos (o sentimientos).
2. Por lo tanto, necesitamos cosas, vivencias y logros para satisfacer nuestros deseos.
3. Y luego podremos ser felices.
El materialismo comienza con nuestros deseos (o apetitos). Presupone que tener «cosas» satisface esos deseos. Y cuando logremos satisfacerlos, entonces seremos felices.
El cristianismo, por el contrario (como lo hemos dicho), no está completamente desinteresado en nuestros deseos o sentimientos —definitivamente les habla a esas cosas— pero comienza y va mucho más profundo que cualquier otra cosmovisión. El cristianismo sigue esta línea:
1. La necesidad mayor de la raza humana no consiste en deseos insatisfechos, sino en una gloria frustrada. Nuestro mayor problema no es los sentimientos insatisfechos, sino el pecado. Estamos desconectados de Dios y no alcanzamos su gloria debido a nuestra desobediencia y rebelión contra él.
2. Por lo tanto, lo que necesitamos no son cosas, vivencias ni logros, sino salvación, redención, perdón, rectitud y rescate; primeramente, necesitamos la gloria de Cristo.
3. Una vez que tenemos a Cristo (por medio de la fe), independiente de nuestras circunstancias o sentimientos (felicidad o tristeza), tenemos acceso a algo que va mucho más profundo que los sentimientos circunstanciales. Podemos tener gozo. «Plenitud de gozo», en realidad.
Por lo tanto, el materialismo ofrece vivencias circunstanciales y cosas temporales que satisfacen deseos superficiales, mientras que el cristianismo ofrece la gloria de Cristo que satisface el vacío eterno de nuestra alma.
El problema de la cosmovisión materialista es que no es lo suficientemente profunda. Todos buscamos la felicidad, pero Jesús ofrece un pozo sin fondo, abundante y eterno de gozo infinito.
Como los discípulos, muchas veces pensamos que atesoramos a Jesús, pero solo vemos al Jesús que queremos ver, al Jesús que queremos que sea. Él sabe que cuando nos enfrentamos a la posibilidad de una inmensa tristeza, tal como les ocurrió a los discípulos durante los tres días de crucifixión y sepultura de Jesús, podemos terminar desechos por la confusión y el dolor.
Jesús sabe que sus seguidores, desde que ascendió a los cielos, tienen que sufrir una vida muy difícil en la expansión de su misión. Son amenazados, acusados, exiliados, torturados en algunos casos, y en muchos otros ejecutados por su fe.
Sin embargo, él les promete algo. Les hace una promesa que es mucho más grande que las recompensas y éxitos terrenales.
En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido. (vv. 23-24)
Cuando oramos, cuando esperamos recibir cualquier cosa de Dios, enfrentamos un choque de cosmovisiones. ¿Caminaremos por vista o según el materialismo? ¿O caminaremos por fe, demostrando un verdadero cristianismo? La frase clave en este pasaje es la que se repite: «en mi nombre». La misma está directamente conectada con la máxima prioridad de Dios para nosotros, que es una santidad que refleje su máxima prioridad para sí mismo, es decir, su gloria.
A veces las personas consideran esta oración como si se tratara de palabras mágicas. «Sigues sufriendo porque no tienes suficiente fe», dicen. O señalan: «No has obtenido lo que quieres porque no estás orando lo suficiente». Sin embargo, esto es satánico. No podemos agregar la frase «en el nombre de Jesús» y conseguir lo que queramos. Dios no es una máquina expendedora cósmica que provee para satisfacer nuestros sueños y esperanzas. La esencia de Juan 16.23-24 es que nuestros sueños y esperanzas no son lo esencial. ¡Lo esencial es la gloria de Cristo Jesús!
Cuando pides cualquier cosa «en el nombre de Jesús», lo que eso realmente significa es que quieres que el nombre de Jesús sea magnificado más que todo lo demás. Y si eso significa que el Padre debe decir que no a tus peticiones —ya sean de sanidad, consuelo, «cosas» o felicidad—, entonces «no» es mejor que «sí» si tan solo el nombre de Cristo es exaltado.
Lo que tú quieras, Señor, eso queremos. Lo que más gloria te dé, Jesús, eso queremos.
La promesa consiste en que si alineas tus propósitos y ambiciones y peticiones de oración con los propósitos de Dios, de todos modos tú puedes fallar, pero él jamás lo hará. Y al final, tu tristeza se convertirá en gozo.
Jesús quiere que tengas el gozo eterno que es él mismo, no simplemente la felicidad efímera de tu carne.
Hay muchos de nosotros que tenemos el corazón puesto en una felicidad efímera. Y eso está bien hasta cierto punto. Serías alguien raro si solo quisieras estar siempre triste. Serías anormal si disfrutaras cuando te lastimaran. Por lo tanto, ora por sanidad, por consuelo, por las cosas que necesitas. No obstante, recuerda que el verdadero gozo —el cual puedes tener a pesar del dolor, las pruebas, la pobreza, las carencias— puede disfrutarse en cualquier circunstancia debido a que tienes a Cristo, quien nunca te dejará ni te abandonará. Él nunca te desamparará.
Esta es la única «apuesta» segura, y es infinitamente más placentera que cualquier cosa que el diablo ofrece. Dios no quiere «solo» que seas feliz; él desea que seas santo como él es santo y que encuentres gozo verdadero y eterno en él.